Cuando era joven
y todavía no había partido
prendíamos fuegos artificiales
a la entrada
de la casa de mi infancia
Cada Navidad.
La grava desierta
Arena encantada
Valses dorados con la Luna
Por una vez acompañada
Hechizos ancestrales
Estrellas olvidadas regresan
de sus cárceles de cobre al cielo
en estampidas salvajes
Caballos de fuego.
Un abrazos de humo final
Oscuridad
Todo comenzaba otra vez.
Podíamos estar ahí toda la noche
el concreto era cómodo como una nube
Se alzaba ligera hacia el escenario
inefable
inalcanzable
de los fuegos artificiales
A veces los caballos nos llevaban a nosotros también
Y es verdad
que el veinticinco
yo volvía a ser
ese niño taciturno que
no tenía demasiados amigos y
soñaba más tiempo
del que estaba despierto,
y todos los otros volvían
a los lugares extraños
que fueren
la mayoría del tiempo.
Pero cuando mirábamos
al cielo de nubes blanquecinas
soñábamos
aún juntos
con los fuegos artificiales.
Éramos los mismos ojos
Claro que, eventualmente,
dejé de ser taciturno
e incluso
un niño
Mis padres vendieron
La casa vieja frente a la pista del cielo
y yo me fui
a cruzar el mar
y buscar
las hormas de los zapatos de mis sueños
en bibliotecas arcanas.
Nunca volví
A casa en Navidad.
Nunca volví a verlos
Genuinamente no fue intencional.
O tal vez sí
tal vez sabía
en algún lugar de mis sueños
Un caballo perdido de la estampida
No lo sé
Solo sé que pospuse
Cruzar de vuelta el mar por Navidad
Lo más que pude.
Sé que fue una cobardía
y hasta probablemente cruel
Pero que mas puedo decir
Tuve razón en no hacerlo
al final.
Ya nadie tira
fuegos artificiales
Los caballos ya no galopan
Sobre las cabezas de nadie.
Ya a nadie
le importa la Luna
tremenda pérdida de espacio.
Las estrellas ya no brillan nunca
por entre sus barrotes de humo.
Y el cemento
de las calles
parece en la noche
alquitrán al que
iremos todos
a ahogarnos
y a que nos excaven
dentro de quince mil años y
recen las leyendas de los museos bajo nuestros huesos
"Los limeños eran gente
muy adulta
completamente ordinaria".